
En 1484, a la edad de cuarenta y ocho años, Francisco Jiménez de Cisneros, que había estudiado derecho en Salamanca y había trabajado en Roma como abogado, decidió hacerse monje franciscano. Vendió todas sus posesiones y entró en el monasterio de los franciscanos observantes de San Juan de los Reyes en Toledo donde vivió en la más extrema austeridad. En 1492, Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo, le recomendó a la reina Isabel como su confesor personal. Además. en la primavera de 1494 Cisneros fue elegido vicario provincial de los franciscanos de Castilla y el año siguiente fue nombrado arzobispo de Toledo.
En su nuevo cargo de arzobispo de Toledo Cisneros comenzó a preparar un programa de renovación. Para ello, convocó un sínodo en Alcalá en 1497, y otro en Talavera de la Reina el año siguiente, con el propósito de abordar la cuestión de la formación de los sacerdotes. De hecho, todos los sínodos convocados a partir de 1480 habían mostrado una gran preocupación por la formación teológica del clero y por la necesidad de predicar los principios básicos y las doctrinas de la fe desde el púlpito. Por ejemplo, el Sínodo de Burgos (1474) alertó que era inútil tener copias del credo por escrito —y en castellano— si no se lo predicaba al pueblo. Los Sínodos de Alcalá (1480), Ávila (1481) y Plasencia (1499) ordenaron a todos los párrocos fijar los artículos de la fe en un lugar visible de la iglesia y a designar ciertos domingos a la exposición de dichos artículos.
A pesar del esfuerzo de algunos obispos de formar mejor el clero, la literatura religiosa popular continuó centrándose en las vidas de santos y en los milagros de la Virgen María. Por ejemplo, Los milagros de Nuestra Señora de Gonzalo de Berceo, una serie de 25 milagros realizados por la Virgen, no sólo promocionó la devoción mariana, sino que, dado que estaban escritos en castellano, era mucho más fácil para los sacerdotes que sabían poco latín —y menos teología— utilizarlos para sus sermones. Cada vez los obispos insistían más en la instrucción religiosa de los niños. Los sínodos de Jaén (1492) y de Zaragoza (1495) insistían en que los padres, los padrinos y los tutores pusiesen todos los medios para que los niños aprendieran los principios básicos del catecismo, pero para ello era necesario tener sacerdotes capacitados. De hechos, este es el contexto de fondo en que se ubica el diálogo que presenta Juan de Valdés en su Diálogo Cristiano.
Uno de los requisitos impuestos por Cisneros fue el que los sacerdotes residiesen en sus parroquias y que predicasen cada domingo. Muchos de ellos no sabían latín y para ello, necesitaban literatura. Sin duda, el encargo de la reina Isabel de traducir al castellano el Vita Christi en 1502 sugirió de Cisneros. Es muy probable también que unos años más tarde, aprovechando su nuevo cargo como arzobispo de Toledo y regente de España, Cisneros le hubiera recomendado al rey Fernando que encargara una nueva traducción al castellano de Epístolas y Evangelios por todo el año litúrgico, aquellas porciones de la Biblia que se leían en latín cada domingo en la misa.
Cuando Cisneros empezó a reformar la orden franciscana, ésta estaba sometida a un grave conflicto entre los “conventuales”, que se habían apartado de las reglas austeras de San Francisco al convertirse en señores feudales, permitiéndose toda clase de placeres mundanos, y los “observantes” estrictos. Sus rigurosas reformas no dejaron indiferentes a los monjes.
Entre las varias reformas impuestas, los monjes estaban obligados a pasar una hora y media cada día en oración mental. Para facilitar estos ejercicios espirituales y dar más relevancia a esta experiencia, Cisneros comisionó la traducción de una serie de textos místicos medievales. Los textos incluían las obras de San Agustín, San Jerónimo, San Buenaventura, Juan Climacus, Ángela de Foligno, Santa Catalina de Sienna, el pseudo-Dionysius, etc. Cisneros también fomentó la difusión de las obras de Girolamo Savonarola —sobre todo su comentario del Salmo 51[1]— aun después de que el monje florentino hubiera sido condenado y enviado a la hoguera por hereje.
Estas traducciones facilitaron un mayor desarrollo espiritual entre los laicos y las persones que buscaban una comunicación más directa y personal con Dios y también dieron pie a movimientos místicos. El movimiento de los alumbrados-deixados en Guadalajara y Escalona fue el resultado del libre acceso a dicha literatura. Queda por resolver, no obstante, si los alumbrados-deixados recibieron influencia de los místicos medievales o si éstos solo reforzaron posturas ya tomadas. Por otro lado, su líder Pedro de Alcaraz enseñaba que el conocimiento de Dios no dependía de la literatura, y que el tiempo dedicado a la búsqueda de conocimientos humanos era tiempo robado a Dios. No obstante, durante su proceso, admitió que conocía las obras de los místicos.
Aunque el movimiento de los deixados no prosperó, produjo una teología popular que no encajaba en los parámetros clásicos de la teología escolàstica catòlica y dio lugar a una nueva concienciación de cómo hay que adorar a Dios.
[1] Girolamo Savonarola,Devotissima exposición sobre el psalmo de Miserere Mei Deus (Alcalá: Brocar, 1511). Esta obra fue impresa de nuevo en Valladolid en 1512, en Sevilla en 1513, 1514, 1527, y en Cuenca en 1532.
Deja un comentario