“En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (1ª Pedro 1: 6-9)
¿Podremos gozarnos, regocijarnos y alegrarnos en medio del dolor, del sufrimiento? Por supuesto que sí, siempre que el sufrimiento del cual seamos objeto esté íntimamente relacionado con nuestra fe en Cristo, y con aspectos fundamentales de la misma; no por causa cuestiones secundarias o adyacentes, o nuestra imprudencia o insensatez. ¡Sí!, si sufrimos por Cristo y su causa.
Cuando la vida se complicaba enormemente para aquella adolescente de Nazaret, María alabó al Señor con su Magnificat: “Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador”(Lucas 1: 46-47). Tras lo acontecido en la cárcel y su fallido intento de suicidio, el carcelero de Filipo, “…se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios.” David después de haber pecado y vivido alejado de Dios, clama “restaura en mí el gozo de tu salvación”
El gozo es la respuesta natural a los versículos (4-5). Este tipo de gozo debe ser parte de nuestra experiencia cristiana diaria, pues la vida cristiana no está exenta del dolor. Pedro añade, “aunque ahora por un poco de tiempo tengáis que ser afligidos en distintas pruebas, aflicciones u os sobrevenga alguna desgracia.”. El apóstol no está afirmando, que todos sus lectores estén sufriendo o hayan sufrido, pero que quizás en la providencia divina tengan que experimentar algún tipo de prueba, y ser afligidos durante su peregrinar aquí: “… si esto es necesario”.
Pedro es realista y reconoce que, aunque sus lectores se gozan con gran alegría, las pruebas causan dolor y pena. Para muchos las pruebas son motivo de desconcierto: “…no os sorprendáis del fuego de la prueba…” ( 1ª Pedro 4:12). Sin duda pueden producir temor, esa es la razón por la cual el apóstol usa estas palabras, “si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza” (3:6). Pueden y provocan en muchos casos ansiedad, “echando toda ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1ª Pedro 5:7). Algunos se pueden sentir incluso avergonzados, “pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence sino glorifique a Dios por ello” (1ª Pedro 4:16)
Nuestra perspectiva de la prueba cambia radicalmente cuando vemos en la misma la mano paternal de Dios: “En lo cual vosotros os alegráis grandemente.” No solo, son fuente de gozo la multitud de bendiciones que recibimos, sino también, las luchas y pruebas relacionadas con nuestro caminar cristiano. Nos alegramos de estar en él, dador de toda bendición, y dádiva. Sin duda, Pedro piensa en los sufrimientos de los cristianos, pero también en los del Maestro, Cristo mismo (1ª Pedro 2:21-22). Aún en medio de su dolor, pesar, y de su aflicción, Cristo se gozó pensando en los frutos de su sacrificio.
Podemos considerar cuatro razones por las cuales no solo soportaremos, aguantaremos y sufriremos sin rendirnos la prueba, sino que nos regocijaremos en medio de ella.
NUESTRA ESPERANZA APUNTA MÁS ALLÁ DE LAS PRUEBAS
“por un poco de tiempo”
Pedro no tenía en mente las persecuciones venideras, sino “ahora”refiriéndose a la presente existencia de los creyentes durante la cual, por un poco de tiempo, en comparación con el gozo eterno, ellos tendrían que sufrir. Pero es, en esa esperanza futura, en la que podemos continuamente regocijarnos, aunque en esta vida, por un poco de tiempo, si Dios lo considera necesario seamos afligidos con diversas pruebas.
Debemos recordar que Dios no prueba a su pueblo de forma caprichosa, o sin razón, porque si Dios nos afligiese sin causa alguna, sería un déspota o tirano que se regocijaría en el sufrimiento de sus hijos y súbditos. Los cristianos experimentan aflicción solamente si es necesario a la luz de la gran e infinita sabiduría de Dios y de sus propósitos para con ellos.
Pedro nos muestra como el gozo, y la aflicción o prueba, son algo normal en la vida cristiana. La aflicción acontece a causa de las muchas dificultades con las que nos topamos en este mundo caído, pero la fe mira hacia la invisible realidad existente más allá de esta breve existencia y se regocija. Nuestras pruebas durarán solo un poco de tiempo; nuestra esperanza en Cristo es para siempre. Jesús mismo padeció la cruz y sufrió lo indecible a causa de la gloria puesta delante de él.
DIOS NOS GUARDA PARA LA GLORIA A TRAVÉS DE LA FE
Nuestra fe debe perseverar hasta el fin de nuestro peregrinaje. Para que nuestra fe resista y aguante debe ser purificada y fuertemente probada. Como el oro, nuestra fe debe pasar por la fragua de la prueba. El divino propósito detrás de la prueba es producir una fe genuina: “para que la prueba de vuestra fe… demuestre ser para alabanza y gloria”Dios prueba al creyente para ver si su fe es genuina. Le pide a Abraham ir al monte Móriah para sacrificar a Isaac, y en el caso de Job Dios permite que Satanás toque todo lo que tiene y ama, pero no su vida.
La prueba de la fe es algo que necesita tiempo, pero una vez transcurrido el tiempo y concluido el proceso de comprobación, el resultado se hace patente, a saber, una fe genuina. Abraham salió airoso cuando oyó decir al ángel del Señor: “Ahora sé que temes a Dios”(Génesis 22.12). Por la fe demostrada de Job, Dios: “bendijo la última parte de la vida de Job más que la primera”. Santiago nos recuerda que: “La prueba de vuestra fe produce paciencia”o como es traducido en la Biblia de Jerusalén, “la calidad probada de vuestra fe”. Lo que es más precioso que el oro, es la fe que ha sido probada en el crisol de la prueba y resulta ser genuina.
Las pruebas no deberían sorprendernos y hacernos dudar de la fidelidad de Dios. Deberíamos estar agradecidos, Dios nos envía las pruebas a fin de fortalecer nuestra confianza en él y conducirnos a nuestro Salvador. El fuego del crisol nunca reducirá nuestra fe a ascuas, pues el fuego no destruye el oro, solo lo purifica. El profeta Isaías nos lo recuerda: “Yo te he probado en el horno de la aflicción”(Isaías 48:10)
GOZO Y SUFRIMIENTO
Sabemos que cuando nuestro Señor vuelva, enjugará toda lágrima y seremos partícipes con todos los santos de nuestra herencia celestial. Él nunca se olvida de nuestras pruebas aquí y ahora. Él guarda nuestras lágrimas en un frasco (Salmo 56:8; 2ª Corintios 4:17). Nuestros sufrimientos presentes no pueden ser comparados con la gloria que será revelada en nosotros (Romanos (8:18). Pedro nos recuerda también la corona de gloria que no se marchitará y que recibiremos cuando Cristo vuelva (1ª Pedro 5:4). Nuestra fe será encontrada preciosa, y por esto recibiremos alabanza, gloria y honra.
Pedro vio la gloria del Señor durante su transfiguración en el monte, y escuchó la promesa de su retorno cuando ascendió a las nubes. Pedro sabe que el fin de todas las cosas está cerca. Y cuando Cristo sea revelado, la fe probada y genuina de los creyentes será hallada en alabanza, gloria y honra. Gloria y honra: “y vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, gloria y honra e inmortalidad”(Romanos 2:7), “pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno…” Igualmente recibiremos alabanza: “…sino que es judío el que lo es en el interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra: la alabanza la cual no viene de los hombres sino de Dios” (Romanos 2:29). Este aplauso, este bien hecho, es de mucho más valor que cualquier reconocimiento humano “Cuando sea manifestado Jesucristo”. A diferencia de Pablo, Pedro no habla de la venida (parousía) del Señor, sino de su manifestación (1:7,13,14).
Para Pedro el Señor Jesús no está ausente, sino solo escondido, espera a que se quite el velo. La manifestación del Señor es el contrapunto a las tribulaciones de los cristianos, y es el evento que transforma su luto en gozo, ahora y en el futuro (4:13)
EL INEXPRESABLE GOZO DE CONOCER A CRISTO MISMO
“Al cual amáis sin haberle visto” Al pensar en el amor de Pedro por su maestro, seguramente vendrían a su mente multitud de momentos pasados junto a él. Quizás, Pedro caminando sobre las olas, y escuchar: “hombre de poca fe ¿Por qué tienes miedo?”, o Jesús en el patio del gran sacerdote mirándole después de haberle negado, o en el lago de Galilea, sentado alrededor del fuego. O aquella dolorosa pregunta: “Simón, hijo de Juan, de verdad me amas más que estos?
Pedro había visto a Jesús y le amaba, pero acaso, ¿no se maravillaba Pedro de que aquellos gentiles dispersos en Galacia, que no habían visto a Jesús, le conociesen y le amasen? Pedro no conoció al verdadero Jesús el Hijo de Dios, hasta que le fue revelado por el Padre. Y él sabe que estos mismos gentiles han recibido el Espíritu (Hechos 15:8). A través de la fe, los gentiles, que nunca habían visto a Jesús, comparten ahora su amor por él. No necesitamos haberle conocido en la carne, ni haber caminado y comido junto a él. A través del testimonio de Pedro y otros apóstoles aprendemos acerca de lo que Jesús dijo e hizo. El testimonio del Espíritu nos lleva a conocerle de forma personal y amar a aquel que vive y reina por los siglos.
Nosotros no le hemos visto, ni le vemos, pero le veremos. El día viene cuando Jesús será revelado. Nuestros ojos contemplarán a aquel en el cual hemos confiado y que con amor eterno nos ha amado.
“Dios es demasiado bueno para ser cruel y demasiado sabio para equivocarse. Y cuando no podemos rastrear su mano, debemos confiar en su corazón. Cuando eres tan débil que no puedes hacer mucho más que llorar, produces diamantes con tus ojos. Las oraciones más dulces que Dios oye, son los gemidos y suspiros de quienes no tienen esperanza en nada que no sea su amor.”
Charles Spurgeon
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