
Los filólogos españoles esperaban con candeletas la llegada de nuevos envíos de biblias por parte de los libreros extranjeros. Con el creciente interés en el griego y el hebreo, y sobre todo la crítica textual que solo se encontraba en las biblias latinas impresas fuera de España, la demanda aumentaba. Una muestra de dicho interés es el gran número de biblias recogidas tras el edicto de 1552: en Sevilla 450 biblias; en Zaragoza 218; en Valencia 20, etc. Las medidas adoptadas en 1552 —más bien para censar que prohibir— pusieron a la luz el elevado número de ejemplares de biblias en universidades, colegios, conventos, monasterios, librerías y bibliotecas particulares. Tal vez, lo más sorprendente es que solo en Sevilla recogieron una cuarentena de Biblias de Vatablo de la edición de París de 1545. Esto explica la gran difusión que tuvo dicha biblia antes de su prohibición en París en 1547. El edicto de 1552 obedecía precisamente a medir la difusión en España de biblias impresas en el extranjero, cuyas notas contenían interpretaciones consideradas de “sabor protestante”
El resultado fue que dos años más tarde, en 1554, se publicó una censura específica, la Censura general contra los errores con que los modernos herejes salpicaron la Sagrada Escritura. En esta censura, los inquisidores señalaron 130 pasajes (notas, comentarios) en la Biblia de Vatablo susceptibles de censura. Los pasajes hacían alusión a cuestiones relacionadas con la justificación por la fe, el culto de los santos, los méritos, las buenas obras, el libre albedrío, la confesión auricular, la indisolubilidad del matrimonio, el sacrificio de la misa y algunos otros pasajes que de alguna forma rozaban las nuevas doctrinas luteranas.
Ante la disyuntiva de no poder importar biblias extranjeras y la persistente demanda española, en 1555, Andreas de Portonaris, un impresor en Salamanca, decidió hacer una reedición de la Biblia de Vatablo de 1545. Los Portonaris eran de origen italiano. El padre se estableció primeramente en Lyon y los hijos, Andrea, Gaspar, Pedro y Vicente, vinieron a España como representantes del negocio de la familia. Andrea de Portonaris abrió una imprenta en Salamanca en 1547. Sus hermanos Vicente y Gaspar le ayudaron como libreros y editores y Pedro volvió a Lyon donde se hizo dueño del molino de papel de su tío.
Como impresor experimentado, Andrea de Portonaris sabía que no podía imprimir ningún libro sin la “Aprobación” de la Inquisición que obligatoriamente tenía que venir insertada en el libro. Así que, recurrió a un personaje de reconocido prestigioso, fray Domingo de Soto, para que redactara una “Aprobación” del texto. Domingo de Soto era cátedra de teología en Salamanca, había intervenido en las sesiones del Concilio de Trento y fue capellán de Carlos V de 1547 a 1550. Con la “Aprobación” de fray Domingo de Soto y las armas eclesiásticas del obispo Antonio de Fonseca en la portada, Andrea de Portonaris procedió a imprimir su biblia y la puso a la venta. Pese a la buena acogida inicial, al cabo de dos años los inquisidores empezaron a cuestionar la validez de dicha Aprobación. Domingo de Soto —el mismo que en Sevilla intervino en el caso del Dr. Egidio— alegó que no lo había escrito. Curiosamente, ni Soto ni Portonaris fueron sancionados, no obstante, todos los ejemplares de la Biblia fueron confiscados.
Si fue solamente por la “falsa aprobación”, o porque la versión latina paralela que contenía era de Leo Jud, la Biblia de Vatablo de Portonaris fue considerada corrupta y puesta en el Índice de Libros Prohibidos de 1559 con una nota en el margen: “que se quemen”.
La Biblia de Vatablo llevaba diez años en el Índice, cuando hubo un nuevo intento de publicarla. El hecho de tener una imprenta en una ciudad universitaria, con numerosos monasterios y colegios —potenciales clientes—, y de estar cerca de Medina del Campo, el lugar de ferias por excelencia, animó a Gaspar de Portonaris, hermano pequeño de Andrea, a pide autorización al Santo Oficio para volver a imprimir la Biblia de Vatablo, “por ser muy útil para los estudiosos”.
Así que, el día 26 de enero de 1569, Gaspar de Portonaris mandó una carta al Santo Oficio donde les rogó que encargasen un nuevo estudio del libro. Para evitar sospechas, la nueva impresión que proponía Gaspar no contenía el texto el texto de Jud, sino el de la Vulgata y la traducción del hebreo al latín de Santes Pagnini para el Antiguo Testamento, y para el Nuevo Testamento, el texto de la Vulgata y la traducción del griego al latín de Erasmo. El estudio se encargó a la Facultad de Teología de Salamanca. Las discusiones se alargaron algo más de dos años y dieron paso a graves enfrentamientos entre los miembros de la Facultad, y que acabarían siendo el desencadenante de la denuncia presentada contra Fray Luis de León y dos compañeros más que formaban parte del comité revisór. Una de las acusaciones contra Fray Luis de León fue que “había preferido a Vatablo y a Pagnini, a la Vulgata, especialmente en la declaración de los Salmos y lecciones de Job.”
El comité revisor concluyó su estudio en marzo de 1571 y Gaspar de Portonaris pidió el certificado de Aprobación para poder comenzar la impresión. Pero pasaron otros dos años más antes que el Consejo le autorizara a imprimir la Biblia en conformidad con las censuras de los profesores de la Facultad de Teología de Salamanca.
Pasaron ocho años y todavía Portonaris no podía imprimir su Biblia. En una carta al Consejo se queja de que habían pasado doce años después de haber recibido la primera autorización. Se queja de que él y sus socios habían gastado la mayor parte de sus haciendas en esta impresión. Finalmente empezó a componer el texto.
Al ser un proyecto de tanta envergadura y tan costoso, había acudido a la ayuda financiera de su cuñado Guillermo Rubillo de Lyon y Benito Boyer, un librero de Medina del Campo. Acordaron imprimir mil ejemplares. Boyer quedaría como depositario de la edición, y los pliegos se guardarían en un arca. Los irían sacando a medida que se fuesen vendiendo. Aun con la edición toda terminada todavía tuvieron que esperar la firma del comisionado designado por el Inquisidor General para certificar su conformidad con las censuras mencionadas antes de poner las biblias a la venta. La tarea de comprobar la validez de los expurgos recayó sobre el joven dominico Pedro de Tapia. Finalmente, después de quince años, con la Autorización de año 1573 y el certificado de Pedro de Tapia, Portonaris procedió a imprimir la hoja de portada: Biblia Sacra cum duplici translatione et scholiis Francisci Vatabli. Salamanca: Gaspar de Portonaris, 1584.
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