La Biblia está llena de paradojas, que no contradicciones. La doctrina de la Trinidad no dice que hay tres dioses, que son al mismo tiempo uno. Eso sería una contradicción. Lo que la Biblia nos enseña es que hay un solo Dios en tres personas. Esta paradoja une así dos verdades que están claramente reveladas en la Escritura: que Dios es uno y tres personas. Esto es algo difícil de entender para la mente humana que escapa a nuestra lógica y razón, pero que como la deidad o la humanidad de Cristo, la soberanía de Dios y la responsabilidad humana tenemos que dejar que sea la mente de Dios quien lo resuelva. De lo contrario, si enfatizamos una a expensas de la otra, lo que hacemos es caer en el error que está en el fondo de toda herejía: hablar solo de una parte de la verdad.
La doctrina de la Trinidad no es por lo tanto una enseñanza bíblica que podamos encontrar en un solo pasaje. Hay que tomar la Biblia en su totalidad para poder entenderla. Eso es lo que precisamente las sectas y los herejes no quieren hacer. Ellos prefieren hablarnos solamente de una parte de la Revelación. Les gusta citar versículos como comprobación de sus doctrinas, pero el problema es que citando versículos aisladamente, se puede demostrar prácticamente cualquier cosa. Por poder, ¡se puede hasta decir que no hay Dios (Salmo 14:1; 53:1)! Para entender la Trinidad, por lo tanto hay que conocer la Biblia… Si queremos que una persona que sigue una enseñanza falsa, acepte la Trinidad, no tenemos sobre todo que citarle versículos, sino animarle a leer la Biblia…
¿ES BÍBLICA LA TRINIDAD?
Aunque el término Trinidad no aparece en la Biblia, es una doctrina profundamente bíblica. Si hay una confesión que una todo el Antiguo Testamento, es la declaración de que Dios es uno (Deuteronomio 6:4). A diferencia de los pueblos que rodeaban a Israel, la mayor parte de los cuales eran politeístas (creían en muchos dioses) relacionados con fuerzas naturales, el Dios de los judíos es uno. Él dice: “Yo soy Dios y no hay más” (Isaías 45:22). Otros dioses son ídolos, pero Él es el Dios Creador, que está por encima de todo (Salmo 96:5).
Ese Dios singular tiene sin embargo un nombre en plural: Elohim. Habla en plural (Génesis 1:26; Isaías 6:8) y se revela a veces como el Ángel del Señor, que se distingue de Él (Génesis 16:11; 24:40), pero también se identifica con Dios (Génesis 16:10; 22:17; 31:11-13; 48:16; Oseas 12:3-5). Lo que está latente en el Antiguo se manifiesta claramente en el Nuevo, como decía Agustín. Ya que, como la realidad de Dios mismo la Trinidad es algo que se presupone en toda la Biblia.
Dios se declara uno (1 Corintios 8:4; Efesios 4:4,6; Santiago 2:19) al tiempo que se revela como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ese es el nombre con el que se presenta en el bautismo de Jesús (Mateo 28:19). Para Juan, Jesús está con Dios, y Él es Dios (1:1). De ahí la locura de la Cruz. Aunque el Padre y el Hijo no son la misma Persona, Jesús es mucho más que un hombre o una criatura que se pueda destruir (Juan 3:16). Jesús es igual a Dios el Padre (Filipenses 2:6).
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son personas, que podemos distinguir, ya que el Espíritu no es una mera fuerza (14:16). Se identifica con el Hijo (14:18) y el Padre (14:11), pero tiene una identidad personal. Pablo expresa su gratitud a las tres personas de la Trinidad (Efesios 1:2), como hace en la bendición con la que acaba su segunda carta a los corintios (13:14), aunque cambie el orden (aquí es Hijo/Padre/Espíritu, en vez de Padre/Hijo/Espíritu). Dios se revela así en toda su obra de salvación. La salvación es tanto del Padre, del Hijo, como del Espíritu Santo, pero es el Hijo el que muere en la Cruz volviendo al Padre en su Ascensión, para que venga el Espíritu Santo en Pentecostés a vivir dentro de cada hijo de Dios.
LA CONFESIÓN DE LA IGLESIA
Los términos técnicos con los que hablamos hoy de la doctrina de la Trinidad, son posteriores al Nuevo Testamento pero eso no significa que no sean bíblicos. Ha habido siempre cristianos que han pensado que no se puede utilizar más que el lenguaje de la Escritura para expresar las grandes doctrinas de la fe. Estos son los que critican términos como esencia, ser, sustancia, naturaleza o persona. Desprecian así el lenguaje de los Credos, cuando son el resultado de un esfuerzo honesto para precisar el sentido de las palabras de la Escrituras. Como ha dicho en alguna ocasión José Grau, si se desecha el lenguaje cristológico de Calcedonia, ¡qué se presente la misma doctrina con términos mejores! Pero no podemos criticar ese lenguaje como filosófico, y luego no saber expresar la verdad contenida en estas palabras, de acuerdo a las Escrituras…
Tertuliano fue un hombre que llegó a la fe en el norte de África a una edad avanzada, cuando leyó un panfleto de un tal Praxeas que decía que Dios murió en la Cruz, porque no se puede separar al Padre del Hijo. Este Padre de la Iglesia demostró en base a 1 de Corintios 15:24 que el Padre y el Hijo son dos personas distintas. Él fue quien utilizó por primera vez la palabra persona, para hablar de la Trinidad. El problema es que la palabra persona en latín se utilizaba originalmente en un contexto teatral, para hablar del personaje que un actor interpretaba cuando usaba una máscara. En ese sentido el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son papeles que Dios interpreta, ni tampoco actores interpretando un mismo personaje.
Atanasio era un joven diácono de la Iglesia primitiva, que estuvo en el Concilio de Nicea (325 a.C.), cuando un hombre llamado Arrio empezó a negar la deidad de Cristo. Atanasio, que no era todavía obispo aconsejó al representante de Alejandría, utilizar la palabra griega homoousios para decir que el Hijo era de la misma naturaleza que el Padre. Esta expresión del Credo de Nicea fue muy discutida. Muchos pensaban que era mejor decir homoiousios, para decir que el Hijo era “como Dios” pero había algo más que una letra aquí en discusión. Estaba la verdad misma de Cristo en cuestión.
La persona del Espíritu Santo apenas se menciona en Nicea. Es por eso que en Constantinopla se celebra en el 381 un segundo concilio, que revisa el Credo que ahora llamamos niceno-constantipolitano. Esta declaración confiesa que el Espíritu Santo es “el Señor y Dador de la Vida, que procede del Padre, y con el Padre y el Hijo merece una misma adoración y gloria”. Es el lenguaje de los Padres de Capadocia, que en la actual Turquía pensaron como reconocer a la Persona del Espíritu Santo. La Iglesia siguió discutiendo sobre estos temas, intentando expresar mejor las verdades de la Escritura, con la ayuda de hombres como Juan de Damasco (705-754) o Agustín, que tuvo mucha influencia en el Concilio de Toledo (381), para intenta explicar mejor la relación del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo. Obvia decir que sería una necedad despreciar su consejo…
¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA DE LA TRINIDAD?
Todo esto no son disquisiciones teóricas. Tiene gran importancia práctica en la vida práctica del creyente y la Iglesia. En primer lugar, porque se trata del conocimiento de Dios. Tendemos a veces a pensar que lo único que nos importa es lo que es útil para nosotros, pero lo que está aquí en cuestión es la verdad misma. Tenemos que cantar y orar con entendimiento (1 Corintios 14:15). Nuestra vida eterna depende del conocimiento de Dios (Juan 17:3). Dios en cierto sentido es un misterio (Romanos 11:33), pero para saber que Dios es Amor tenemos que conocer la Trinidad. Dios es Amor porque tres Personas se han amado por toda una eternidad.
Nuestra compresión de la Humanidad depende también de la Trinidad. Si somos hechos a imagen de Dios (Génesis 1:26), llevamos la imagen del Dios trino. La vida humana es sagrada, a causa de la imagen de Dios (Génesis 9:6). Es por eso que tiene el mismo valor, independientemente de su sexo (Génesis 1:27) o raza (Hechos 17:26). Somos individuos que estamos hechos para vivir en comunión, unos con otros, porque hemos sido creados a imagen del Dios trino (Génesis 2:18). Nos necesitamos los unos a los otros. Estamos hechos para vivir en comunidad. El Cielo no es una reserva natural, ni un desierto, sino la Ciudad de Dios (Apocalipsis 21:2,10).
La Iglesia expresa esa misma realidad de unidad y diversidad, que encontramos en Dios. Formamos una Familia. Al llegar a ser hijos de Dios, tenemos hermanos y hermanas en la fe, que hemos de amar y cuidar. Nuestro amor a Dios se relaciona con el amor a nuestros hermanos (1 Juan 4:20). Necesitamos amarnos y respetarnos, viviendo en la comunión, que puede existir dentro de la diversidad que refleja el amor del Dios trino. La Iglesia se extiende por todo el mundo y todas las edades. No somos uno, a pesar de la diversidad, si no por causa de ella. Lo que destruye la unidad cristiana no es la falta de uniformidad, si no la ausencia del amor a Dios, los unos por los otros, y la falta de preocupación por el mundo que nos rodea.
Necesitamos no menos, sino más doctrina, para poder adorar a Dios y servirle de verdad. Si Cristo no es “el Señor nuestro Dios”, alabamos a una criatura, en vez de al Creador. Somos culpables por lo tanto de idolatría. Los cristianos no somos musulmanes, siguiendo a un líder. No decimos: “El Señor es nuestro Dios y Jesús es su Profeta”. Al decir que Jesús es Dios, nos inclinamos delante de Él y le adoramos. Debemos por lo tanto alabar al Padre por medio del Hijo y a través del Espíritu Santo. Porque sólo hay un Dios y ése es el Dios trino. ¡A Él sea toda la gloria!
Deja un comentario